26 abril, 2018

El camino de Curro Romero



Estaba Sevilla reunida en el salón de todos los conocimientos que es el Paraninfo de la Universidad. Habían acudido al reclamo de un nombre y un hombre todas las instancias civiles, militares y eclesiásticas. Curro Romero recibía el premio de Cultura. La tarde se había metido ya en el terreno de las emociones. Le cantó su amigo Alberto García Reyes, lo mismo que más tarde lo haría la inigualable Marina Heredia, esa mujer que tiene las esencias de las tierras de Granada. Se había levantado para recoger el premio, un grabado de la Maestranza cargado de historia. Y ahora tenía que comenzar su faena, ya con su muletilla en las manos, solo delante del estrado.

La voz surgió entrecortada en el saludo. Sin papeles, apenas con el corazón en la mano, el Faraón nacido en Camas comenzó a recorrer de nuevo su camino. Otra vez hizo camino al andar. Como en las mejores tardes, la faena fue corta, intensa y de menos a mucho más. Explicó esa senda recorrida en libertad, dejando a un lado las veredas, recogiendo las rosas y ahuyentando las espinas, siempre por derecho en busca de su verdad. Las paredes del templo del conocimiento, la misma que escuchó a las cigarreras cuando salían a la calle San Fernando, se estremecieron con la voz del artista que siempre puso la fidelidad por delante, el que nunca se traicionó, el mismo que eligió al arte del toreo porque así podía soñar que era un Faraón elegido para llenar de gozo a los que fueran capaces de seguirle en su camino.

Estaba allí, delante de todos, como el mejor de los profesores, cuando en su juventud no pudo pisar aquellas aulas ni de puntillas. Seguía su camino, en una etapa más de la senda que comenzó hace ya muchos años. En la garganta de los presentes se metió ese nudo que nos deja sin resuello. A su Carmen sevillana, que no la de Merimé, ya no le quedaban lágrimas, cuando ya el torito de la palabra le estaba pidiendo el final.  “No puedo más…  Quisiera decir más cosas, pero no puedo. Quisiera dar unos lances, pero tampoco puedo. Gracias”.

Se sentó con esa dignidad de los marcados por el don de la gracia y el señorío, había parado de nuevo todos los relojes este vencedor del tiempo, la Universidad había colocado al toreo en su sitio y el caminante Curro Romero apretó sobre su pecho el más hermoso de los ramos de rosas. 

La mejor información taurina en http://sevillatoro.es/

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